domingo, 21 de marzo de 2010

Jhon Ender Duque V CRF

El descubrimiento. Las propiedades.−
La superconductividad fue descubierta hace 90 años por el investigador holandés Heike Kamerlingh Onnes,
quien notó con sorpresa que un hilo de mercurio helado perdía bruscamente toda su resistencia eléctrica a una
temperatura inmediatamente inferior a 4,2 grados Kelvin, que es el punto de ebullición del helio. Más tarde la
transición abrupta a un estado sin resistencia se descubrió en el plomo a la temperatura de 7,2 grados y en el
estaño a 3,7 grados. Onnes pensó en seguida la posibilidad de construir un electroimán de alto campo y, en
1913, construyó una bobina de plomo para ensayar la idea. Los resultados fueron desconcertantes. Si bien la
bobina era superconductora en tanto que la corriente de excitación fuera pequeña, cuando el campo magnético
excedía de una intensidad moderada el plomo pasaba siempre al estado resistivo. Experimentos ulteriores
mostraron que todos los superconductores metálicos puros presentaban una intensidad de campo crítica que
les era propia y que estaba claramente definida, siendo usualmente menor de 0,1 tesla; al llegar a este valor, la
superconductividad se extinguía súbitamente.
Las propiedades magnéticas de un superconductor son insólitas incluso para campos inferiores al nivel crítico.
Si se aplica un pequeño campo magnético a un superconductor, aquél induce una sobrecorriente permanente
en la superficie del metal, que excluye el flujo del campo magnético desde el interior. El campo magnético
penetra sólo hasta una capa delgada de la superficie. La longitud hasta la que el campo se extiende dentro del
material denominada profundidad de penetración, suele ser de 10 elevado a −5 centímetros o menor.
En las postrimerías de la década de los treinta, se llegó al conocimiento de que la superconductividad provenía
de una transición de fase entre los electrones de conducción del metal. A temperatura ambiente, los electrones
forman un gas; por debajo de una temperatura crítica de transición, algunos de ellos pasan a una fase de
condensación, la cual posee una energía más baja que la del gas. Faltaba todavía una teoría
mecánico−cuántica de la condensación que se fundara en las interacciones básicas de los electrones.
Dicha teoría fue formulada en 1957 por John Bardeen, Leon N. Cooper y J. Robert Schrieffer, que estaban
entonces en la Universidad de Illnois. Su análisis partía de la idea siguiente: quienes transportan la corriente
eléctrica en un superconductor no son electrones individuales, sino pares de electrones corticales1
entrelazados. Naturalmente todos los electrones tienen la misma carga eléctrica negativa, por cuya razón
tienden de ordinario a repelerse mutuamente, no a unirse entre sí. Sin embargo, en el retículo cristalino de un
metal existe una interacción de atracción entre los electrones, que puede ser mediada por la existencia de iones
metálicos positivos. Los iones positivos son más pesados que los electrones y se mueven mucho más
lentamente; de ahí que se retrase su respuesta ante el paso de un electrón. La persistencia de la respuesta
después del paso de un electrón crea una concentración de carga positiva que atrae al segundo electrón,
apareándose ambos. La fuerza de atracción indirecta entre los electrones es excesivamente débil y, a
temperatura ambiente, es compensada por su agitación térmica. Pero en un metal con una estructura química y
cristalina adecuada y a temperatura próxima al cero absoluto, los electrones pueden reducir su energía total
mediante la condensación en pares. Como todos los pares de electrones poseen necesariamente el mismo
momento2 , el momento de un par no puede modificarse por difusión y, por tanto, no existe resistencia.
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La teoría introducida por Bardeen, Cooper y Schrieffer daba cuenta, con buen acierto, de la mayoría de las
características básicas del estado de superconduccion, energía reducida de los pares de electrones y existencia
de un campo magnético crítico incluidas. Pero no abordaba otros aspectos de la superconductividad: las
propiedades de las aleaciones superconductoras.
Se afrontó el estudio de las aleaciones superconductoras en la década de los 30. Se descubrió entonces que
algunas presentaban una tolerancia frente a los campos magnéticos mayor que los materiales
superconductores de metal puro.
En 1934, Cornelius J. Gorter, de la universidad de Leyden, y Heinz London, de la universidad de Oxford,
sugirieron independientemente que podía explicarse la región de transición ampliada, característica de las
aleaciones, mediante la formación de dominios superconductores y dominios normales que se alternasen a
través del material.1
En 1953 Brian Pippard, de la universidad de Cambridge, introdujo el concepto de longitud de coherencia en
los superconductores; esta longitud es una medida de la gama de las funciones de onda de mecánica cuántica
que definen los pares de electrones superconductores. La longitud de coherencia también puede caracterizarse
como el espesor mínimo de la interfase entre una región superconductora y otra normal. Pippard halló que la
longitud de coherencia disminuía en las aleaciones con mayor concentración de soluto. Si esta longitud era
menor que la profundidad de penetración, se satisfacía la condición de energía de interfase negativa de Gorter
y London y resultaría una transición más amplia en un campo magnético.
La teoría de Abrikosov. Se crean las categorías.−
Estas ideas recibieron una nueva expresión en 1957 en el trabajo del físico ruso A.A. Abrikosov. Distinguía
dos categorías de superconductores, designadas por tipo I y tipo II. En un campo magnético muy débil, estas
dos clases de materiales actúan de forma muy parecida: ambos expelen completamente el campo. Las
diferencias surgen cuando se intensifica el campo. En los materiales de tipo I, que en su mayor parte son
materiales puros, la corriente de blindaje de la superficie se colapsa y el flujo magnético entra súbitamente en
el material a una intensidad de campo crítica bien definida. Los materiales de tipo II muestran su
superconductividad a través de un proceso más gradual. El flujo magnético empieza a penetrar a una
intensidad de campo baja (el campo crítico más bajo), pero no se elimina la última traza de
superconductividad hasta que se aplica un campo más intenso (el campo crítico superior).
La penetración del flujo magnético en un superconductor del tipo II depende crucialmente de una limitación
de la mecánica cuántica: la existencia de un cuanto mínimo de flujo magnético. Por tanto, el campo del
interior de un superconductor del tipo II no puede crecer continuamente, sino que debe aumentar por pasos,
con un cuanto de flujo cada vez. Abrikosov sugirió que cada cuanto de flujo pasa a través del material dentro
de un canal microscópico de metal resistivo normal. Cada canal está rodeado por un pequeño torbellino de
sobrecorriente, que actúa protegiendo el material superconductor próximo respecto del campo interno del
cuanto de flujo. La función de la corriente en el torbellino es análoga a la de la corriente de blindaje
superficial a intensidades de campo más bajas.
Una sección transversal de tal tipo de torbellino revelaría una región estrecha del núcleo donde el manto
magnético alcanza su valor máximo y donde la densidad de los pares de electrones superconductores es
mínima. Un observador que se desplazara hacia el exterior desde el núcleo comprobaría que la densidad de los
electrones apareados aumentaba y se aproximaba a la densidad de equilibrio característica del material
compacto a una distancia de una longitud de coherencia. A la inversa, el campo magnético disminuiría con la
distancia referida al núcleo, y llegaría a anularse a la distancia de una profundidad de penetración de valor
unidad.
El tipo I o el tipo II de un superconductor dado viene determinado por los valores relativos de la longitud de
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coherencia y de la profundidad de penetración. En los metales puros y en otros materiales pertenecientes al
tipo I, la longitud de coherencia es mayor que la profundidad de penetración; no se forman torbellinos. El
coste energético invertido en la creación de un torbellino es mayor que el gastado en eliminar completamente
el estado de superconducción. En los materiales del tipo II, la longitud de coherencia es menor que la
profundidad de penetración. Por tanto, sale energéticamente favorecida la formación de torbellinos.
A medida que aumenta el campo magnético aplicado a un superconductor del tipo II, va creciendo el número
de cuantos de flujo enfilados a través del material. Forman típicamente una estructura similar al cristal con
una célula unitaria triangular. Entre los canales del torbellino quedan regiones del metal superconductor; de
este modo persiste la superconductividad en el material compacto. Mientras se mantenga un único filete
contínuo de superconductor, la resistencia medida en la muestra debe ser igual a cero. El superconductor del
tipo II sólo se extingue cuando los torbellinos están agrupados tan estrechamente que no puede existir ese
paso continuo; tal ocurre cuando se alcanza al campo crítico superior.
Aunque el modelo de Abrikosov aportaba una base teórica que permitía comprender los superconductores de
alto campo, no despertó de inmediato ningún interés hacia la tecnología de la superconductividad. La
posibilidad de campos críticos extremadamente altos, mayores de dos teslas, no era obvia, por un lado, y
además, no se consideraba la cuestión de la densidad de corriente.
En busca del superconductor ideal. Nuevos problemas.−
El descubrimiento de superconductores útiles desde el punto de vista tecnológico resultó de la búsqueda de
nuevos materiales de temperatura altamente críticas. T.H Geballe, J.K. Hulm y Bernd T. Matthias de la
Universidad de Chicago, trabajaron con un compuesto superconductor, de niobio−estaño, que se convertía en
superconductor a los 18 grados Kelvin y sostenía una intensidad de corriente de más de 100.000 amperios,
inmerso en campo magnético de casi nueve teslas. Su campo crítico excedía por su parte los 20. El material
era un superconductor del tipo II y cuya longitud de coherencia era mucho más corta que su profundidad de
penetración Gorter y Philip W. Anderson observaron que la corriente en el superconductor ejercía una fuerza
en las líneas de flujo magnético que tendían a empujarlas en ángulo recto con relación a su propio eje y a la
dirección del flujo de la corriente a la vez. El movimiento de las líneas de flujo por la influencia de esta fuerza
podía ocasionar un calentamiento que extinguiese la superconductividad. Se intentaron diversos modos de
acabar con este sobrecalentamiento, pero ninguno con éxito total. Así que se llegó a la conclusión de que los
superconductores de campo y corriente altos reseñan por lo general a malos conductores en estado normal
resistivo.
Desde la década de los 60 se han encontrado varios materiales que satisfacen para trabajar con un campo y
corriente altos. Sólo dos de ellos se han utilizado finalmente en los imanes superconductores, aleaciones de
niobio y titanio. Estos materiales por tanto poseen una longitud de coherencia mucho más pequeña que la
profundidad de penetración.
Ni siquiera disponiendo de los materiales adecuados la fabricación de un imán superconductor resulta una
tarea simple. Si alguna pequeña región del arrollamiento extingue su superconductividad por superar la
densidad de corriente eléctrica, es necesario que los imanes superconductores prácticos pasen seguros al
estado normal. En una bobina de un superconductor puro, esta zona se comportaría como una conexión de alta
resistencia y se vería spometido a un fuerte calentamiento resistivo. El calor desarrollado extinguiría
naturalmente las zonas próximas al superconductor, con lo que no aumentarían las zonas normales. De no
controlarse ese proceso las consecuencias podrían ser terribles. El colapso podría introducir altas tensiones;
éstas podrían destruir el aislamiento y dañar permanentemente la estructura.
Para evitar esto un primer paso sería revestir el superconductor de un conductor normal de baja resistencia,
con cobre, por ejemplo. En el caso de que una región del arrollamiento perdiese su superconductividad, la
corriente de excitación se dirigiría al cobre.
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Este revestimiento permite que un pequeño imán superconductor pase a salvo hacia el estado resistivo. Pero
en un imán de mayor tamaño la energía sería demasiado grande para disiparse en forma de calor por los
arrollamientos. Para solucionarlo se creó la estabilización criostática. Se aumentó el cobre hasta alcanzar
valores de 20 a 1 en relación al superconductor. Se hizo circular además helio de refrigeración directamente
sobre la superficie de los arrollamientos, para extraer el calor con rapidez. Con ello una pequeña región
resistiva podía eliminarse sin que la temperatura aumentara, deteniéndose el crecimiento de la zona normal,
restableciéndose la superconducción. El mayor conveniente de esta técnica es que reduvce sensiblemente la
densidad de corriente total en el arrollamiento. Para obtener campos más elevados se ha desarrollado una
nueva estrategia, identificando una liberación de energía con su consiguiente elevación de la temperatura a la
que se denominó salto de flujo (producida a medida que cambia el campo en el superconductor). La energía
térmica liberada por un salto de flujo es proporcional al diámetro del hilo superconductor. Por ello es posible
reducir el efecto de las inestabilidades del salto de flujo sustituyendo un conductor único por un conjunto de
pequeños superconductores embebidos en una matriz de un buen conductor normal. La fabricación de tales
conjuntos de microfilamentos es una tecnología muy compleja.
Pero el desarrollo de los conjuntos de multifilamentos no ha eliminado totalmente la fase de ensayo de los
imanes superconductores. El problema ha surgido de nuevo al introducirse imanes mayores. Parece como si al
excitar por primera vez el imán, ,los conductores deban ponerse en condiciones de funcionar pasando a nuevas
posiciones y liberando picos de calor. Además de los picos térmicos provocados por los saltos de flujo y por el
movimiento del conductor, se genera también calor en el arrollamiento magnético por las corrientes de
blindaje inducidas siempre que cambia el campo interno. Muchos imanes de investigación de gran tamaño
como los aceleradores de partículas deben ser alimentados en un régimen de todo−nada, por lo que el campo
varía rapidisimamente. La fabricación de filamentos cada vez menores reduce sensiblemente las llamadas
pérdidas dinámicas. Además se incorporan barreras resistivas entre ellos normalmente a partir de una aleación
de cobre−níquel de alta resistencia. Así, el material final tiene una estructura francamente complicada: un haz
de filamentos finísimos superconductores (torsionados y transpuestos), embebidos cada uno en cobre y aislado
de sus elementos más próximos por una pared delgada de cobre−níquel. Hay en estudio otras maneras de
fabricar superconductores, entre ellas unos del tipo A15 de los que no hablamos por su excesiva complejidad.
Aplicaciones de la tecnología superconductora.−
Quizás la aplicación más sencilla de la tecnología de los superconductores sea la fabricación de imanes fijos
proyectados para generar un campo constante o un campo que sólo cambia muy lentamente. Dentro de unos
años podrían utilizarse en la industria de energía eléctrica. Los imanes superconductores se han mostrado
especialmente útiles en la física de las partículas fundamentales: el de la CERN en Ginebra, el del Fermilab de
Chicago, el anillo en el Brookhaven National Laboratory en EE.UU,
Los imanes superconductores alimentados por corriente continua tienen un gran número de aplicaciones
potenciales en la industria eléctrica: la técnica de generación por magnetohidrodinámica, o simplemente
MHD, que puede sustituir la caldera, la turbina y el alternador de un grupo de potencia que queme carbón o
fuel−oil. Su explicación resultaría muy larga, pero se puede decir que está basado en un campo que desvía los
iones positivos de los negativos en direcciones opuestas de un plasma a alta temperatura.
De la adopción de superconductores en los grandes alternadores cabe esperar varias ventajas. Supondría
acabar con las pérdidas eléctricas en un 50% o más, lo que supondría un ahorro energético considerable. Aun
cuando el coste inicial del alternador superconductor resultase un poco elevado el rendimiento eléctrico
mejorado representaría una ventaja económica. Sólo parte de los ahorros pueden atribuirse directamente a la
eliminación de pérdidas resistivas en los arrollamientos del rotor. Otra economía energética tiene que ver con
la eliminación de la carga de refrigeración normal del rotor. Aunque se ha de contar con un refrigerador de
helio para el rotor superconductor, su consumo de energía es mucho menor que el de los ventiladores
necesarios para refrigerar un rotor de bobinado de cobre.
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Un alternador superconductor será también menor que una máquina en cobre e hierro con la misma capacidad
de potencia, lo que deberá reducir los costos de transporte. Además, las reducciones en tamaño y en peso
factibles gracias a los campos magnéticos más altos de los sistemas superconductores resultan bastante
atractivas para los equipos de aviones y embarcaciones.
Todas estas aplicaciones le auguran mucho futuro a los superconductores. Todavía hay problemas por
resolver, todos esos aumentos de temperatura, la dificultad para encontrar helio, pero la base está ahí, por lo
que pensar en las aplicaciones a gran escala de esta tecnología aparecerán pronto.
1 Tesla = 10.000 gauss. Medida de campo magnético.
2 solenoide: circuito que genera un campo magnético.
3 valores de cresta: los valores máximos del campo magnético.
1 Electrones corticales: Los de la última capa.
2 Momento de un electrón: La fuerza de giro del electrón.
1 dominios: zonas de conducción de la electricidad
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